LA MAGIA DE ESQUINA
Por Luis
Romero Álvarez
Después
de tres años consecutivos de ir a pescar a Esquina, a la salida del invierno
ya empezaba yo a sentir ese llamado de la Naturaleza.
Se
trata de una zona privilegiada. El río Paraná –inmenso- corre paralelo al río
Corrientes durante unos 70 kilómetros, comunicándose a través de un mar de
esteros, arroyos y lagunas. Desde 1917, la zona está reservada para la pesca
deportiva y no se permiten trasmallos ni espineles. En verdad uno recorre
decenas de kilómetros en lancha sin ver una sola boya, de las que está
–vergonzosamente- plagado el Río Negro y el Uruguay sólo de nuestro lado.
El
pueblo de Esquina está sobre el Corrientes, con un canal artificial enfrente
que lo une con el Paraná. Es un paraíso para la gente que gusta del río, del
monte y de la pesca como una excusa para volver a las bases.
Pero,
Esquina está -a vuelo de pájaro- a unos 700 km de Montevideo. Las 3 veces
anteriores que fui manejé valientemente mi Ranger durante largas horas de la
noche y sentí un contrapeso grande en ese esfuerzo al placer de navegar y
pescar.
Por
suerte estaba yo en Shooter y, en esas conversaciones de parroquianos, alguien
mencionó una excursión a Esquina. La frase dicha al vuelo fue pista suficiente
y así contacté a Héctor Porro en su página pescaycia.com. La
solución perfecta ya había sido encontrada: una van con asientos reclinables
adaptada para que los pescadores pudieran dormir en el viaje. Como siempre,
las cosas hechas profesionalmente salen más baratas que los arranques amateur.
Así fue
que acordamos fecha, primer fin de semana de octubre, y me puse a invitar
amigos. Al final, los seis pescadores fuimos: Raúl Giuria, Héctor Aramburu,
Wilder Ananikian, Roberto Puente, Roberto Martínez y el suscrito. Cada uno
tiene su profesión y su historia que acá no importan: somos todos pescadores.
El
viaje de ida fue llevadero, con una buena cena en El Rancho a la llegada en
Young.
El
problema empezó el sábado, al llegar a Esquina: sencillamente diluviaba.
Instalados en el Complejo de Cabañas Los Quinchos, encontramos a los guías
poco entusiasmados para salir.
Nuestra
cara de desesperación después de semejante viaje fue argumento suficiente:
salimos.
Cuando
uno está bajo un diluvio 10 horas seguidas, no hay equipo de agua que
defienda. Histórica mojadura. Frío que lentamente cala hasta los huesos. El
río venía creciendo, lo que es bueno porque los peces menores se tienden en
los esteros y los grandes tienen hambre. No hubo caso; poco pique, nada grande
y lo mejor del día, por lejos, fue el baño de agua casi hirviendo al volver a
las cabañas.
Agradable cena en camaradería y urgencia de todos por ir a descansar del
sacrificio del día.
El
domingo amaneció nuboso pero soleado. El río parecía otro. Brillaban los
colores, se veían los pájaros. Apareció el pique y más o menos todo el mundo
pinchó algún dorado, que luego había que devolver al agua por medir menos de
70 cm.
Al
mediodía, parada con las dos lanchas juntas en una isla, fuego, olla de hierro
con aceite hirviendo y pescado casi vivo frito. Una delicia, un gusto
diferente.
Luego
de vuelta al río. En una lancha salió un dorado de 82 cm que peleó 15 minutos
contra una caña fina y un nylon 4. Está en el freezer. En la otra lancha, un
surubí de 85 cm hizo sentir la fuerza de algo grande desde las profundidades
de un pozo de casi 20 metros. Está en la foto.
Al
final de la tarde, nos regalamos una puesta del sol sobre la inmensidad del
agua del Paraná. Un espectáculo aparte.
Volvimos cansados y contentos, llegando el lunes 8.30 de la mañana, listos
para volver a ser quienes en apariencia somos, hasta que, pronto, podamos
volver a ser nada más que pescadores.